miércoles, 6 de marzo de 2024

La lucha perdida

Dicen que el amor todo lo puede. Y me gustaría que así fuera. De hecho, la lucha por el amor -por cualquier amor, por todo amor- es de las pocas por las que vale la pena no ya matar (eso es más fácil), sino morir. El amor puede contra casi todo. Contra la incomprensión, la envidia, el egoismo… pero hay un adversario cruel, despiadado y sin capacidad de negociar contra el que casi todo cede, casi todo cae, casi todos acabamos batiéndonos en la retirada última, esa de la que todos los que huyen, huyen heridos en la peor de las maneras.
La batalla contra la depresión de seres amados es la más larga, cruenta y descorazonadora que se puede entablar. Porque el contrario no es la persona que tenemos delante, a quien queremos. Esa persona no es más que el emisario involuntario de un mal imprevisible y que no razona. Un mal con el que no se puede empatizar, del que no se pueden esperar respuestas lógicas porque se ve legitimado para cambiar el discurso repentinamente y mutar completamente la máscara.
La depresión no cumple sus promesas de treguas o armisticios. Su palabra no es de fiar; es el escorpión que se pica a sí mismo porque esa es su naturaleza, y hiere a la persona que carga con él aunque, hiriendo, salga también perdiendo. Si llamamos cáncer a la enfermedad que consume el cuerpo, la depresión debería ser el escorpio que acaba con el alma. Y del mismo modo que el deterioro del cáncer desgasta al entorno del enfermo físico, la depresión mina a los seres que rodean al depresivo. Porque el cáncer no se contagia, pero llega un punto en que la depresión hace tal mella en los entornos, que si bien no se contagia, sí se reproduce en forma de tristeza, desesperación y, en última instancia, abandono. Por eso es tan difícil tratar la depresión desde el amor de pareja. Porque es un amor de empatía, y la depresión cercena la capacidad de empatizar.

viernes, 16 de diciembre de 2022

Enganchados al dolor

Hay ciertos dolores que, de un modo u otro, enganchan. Y enganchan porque su recuerdo se enmascara de vida vivida, de sensaciones radicales, de límites traspasados o, cuando menos, desplazados un poco más lejos. Son los bellos colores que engatusan para accionar la trampa de la que despues resulta imposible salir. Y la memoria no nos ayuda a nosotros sino que, desleal, viste el recuerdo del periodo con el manto de las experiencias extremas, desechando que la vivencia concreta es de minutos, mientras que el marco vital de infelicidad en que se desenvuelve tan concreta experiencia se prolonga durante meses o, incluso, años.
Estamos en cierto modo enganchados a una cierta infelicidad, y de ella solo nos desembaraza un subconsciente sano que, consciente de la inminente autodestrucción asistida, activa el modo supervivencia.
Porque más vale convivir en paz -aunque sea solos- con nuestros propios silencios que caer, intentando infructuosamente llenar los silencios de otros que solo pueden vivir en un ruido continuo y urgente diseñado, precisamente, para no afrontar los ecos de sus propios silencios.
Y por mucho que lo intentemos, por mucho amor que sangremos, no contagiamos serenidad. Es el estruendo del otro el que, antes o despues, se mete en nuestra sangre.

lunes, 30 de mayo de 2022

El arte de la Movida

El arte de la movida se sustenta esencialmente en las iniciales vivencias de sus protagonistas, muchos de los cuales comenzaron en el arte por experimentación, reacción, jako o mera imitación. En todo caso, de esos muchos ahora quedan pocos (se nos fueron Ceesepe, Ouka, el Angel, Nacho Vega y tantos otros) y, de esos que quedan, algunos evolucionaron, y otros se quedaron en lo que desde siempre les llenó la mesa. Por eso aquellos que aprendieron hablan del arte como emocionalidad. Porque la emoción, entendida como reacción desnuda a estímulos externos, es lo que les movió siempre, desde aquellos tiempos en que esos estímulos eran tan nuevos, crudos e impactantes que tenían que dejar huella: en los ojos, las venas o el corazón, muy a menudo en forma de pérdida.

lunes, 23 de mayo de 2022

El día que yo muera

El día que muera quemadme con mi petate -viejo, usado y roto, pero feliz del mundo que vió-; un muñeco tosco de la Guerra de las Galaxias (uno de los personajes buenos, aunque poco malo verdadero pude ver), y unas fotos de todos -José sabe quienes sois-. Respecto a lo mío… ya cumplió su función mientras era buscado y conseguido; después, que sirva para algo bueno.
Ni coronas, ni ataud de madera. Cartón firmado, a ser posible; un cura que eche un responso por si las moscas -y porque mi padre creyó- y luego, todos al bar. Y en el bar, hasta que no sepais si llorais de pena, de alegría o de las cebollas de tanta ración. Un par de historias buenas, un puñado de perdones de aquellos que me siguieron queriendo a pesar de todo, y a la cama todos con una sonrisa.

Del después, ojalá pueda ocuparme yo

A Juanma Núñez Letamendía, in memoriam. Hoy me precedes, guardame sitio contigo. Porque si subiera al cielo -harto improbable- y no estuvieras, es que hay un sitio mejor.

viernes, 11 de marzo de 2022

vivir sin amor

Vivir sin amor es como vivir sin paz. Mientras duran sendas ausencias no se vive. El alma adopta una posición latente, entra en hibernación, se anestesia para seguir respirando: sobrevive como puede para mantener respirando la carcasa, y cuando se recupera el amor, al igual que cuando se recupera la paz, uno se pregunta cómo ha podido sobrevivir sin ellos. Pasada la soledad, pasado el conflicto, echamos la mirada atrás, constatamos la magnitud del vacío vivido y nos maravillamos de la capacidad de supervicencia del ser humano. Porque vivir sin amor no es vivir. Es mantener al cuerpo conectado a una máquina natural de respiración autónoma en tanto vuelve el alma

viernes, 12 de noviembre de 2021

Desmontando (más) a Yukio Mishima

Si somos sinceros, lo que más atrae a la sociedad occidental de Yukio Mishima es la foto de su cabeza decapitada, exhibida tras su seppuku ritual. De su obra, poco sabemos por aquí. Y en Japon, segun me han contado, tampoco demasiado. Yukio Mishima es el epítome del fascista auténtico -muy distinto a lo que hoy las masas adocenadas califican alegremente como tal-; el resultado de un cúmulo de frustraciones derivadas hacia el odio y, en última instancia, hacia el suicidio, entendido éste no como acto de heroismo, sino como el intento último de eludir la captura y sus consecuencias.
Mishima era un homosexual que nunca aceptó su natural orientación, pervirtiendola hasta tornarla en homofobia. Un protodesertor que fingió una tuberculosis para eludir el frente y que, años despues, crearía unas Hitlerjugend merced a las cuales ocupó un cuartel donde se suicidaría en un seppuku que, seamos sinceros,  fue toda una chapuza. Un seppuku que requirió varios cortes, porque eso de la decapitación mediante un solo y limpio tajo unicamente existe en las películas -y si no, preguntenle a su forense más cercano-. Alguien que cubrió de odio sus frustraciones, contagiándolas para apearse del tren en marcha tras montar una buena. Un “nostálgico” que supo vender su producto y fue erigido al nivel de semidios por la parte más ahíta y decadente de una sociedad todavía humillada por la reciente derrota.

Mishima no es Mishima. Mishima es… Mishima

lunes, 18 de octubre de 2021

De fractales y proporciones aureas

Toda actuación humana termina respondiendo al curso natural de las cosas, sea aquella individual o colectiva. Los movimientos bursátiles, los desplazamientos de las masas, los colectivos cazadores y cazados, los cada vez más efímeros ciclos de los imperios que se suceden… todo responde a un orden prefijado por la naturaleza, por mucho que pretendamos desvincularlos de sus designios y acercarlos a los nuevos panteones del libre albedrío absoluto, el liberalismo económico, los derechos sin obligaciones o la nueva divinidad de lo humano. Santo Tomás -que muy posiblemente fuera un descreído que usó la razón para volver a creer- acuñó la teoría de la causa última para llegar a la conclusión de que Dios estaba en el final de todas las respuestas. La naturaleza está al final de las pautas. Y así, con la perspectiva adecuada comprobamos que todo flujo y decisión humana responde a parámetros naturales. Si unimos suficientes fenómenos atribuidos al libre albedrío y los examinamos desde la suficiente distancia encontramos fractales, encontramos la variable aurea, los mismos patrones de las plantas, las mareas o los movimientos de seres a quienes no atribuimos libre albedrío. Lo cual no quiere decir que estemos predeterminados, o que no seamos tan libres como pensamos -de eso hablaré algun día, o probablemente, no-, sino que cuanto más nos desnaturalizamos, más toma cartas en el asunto la naturaleza.

Solo que nos hemos vuelto tan arrogantes que ya ni intentamos verlo.

jueves, 7 de octubre de 2021

los Gavilanes de Mario Gas

Algo habré hecho bien en otra vida para que esta me regale momentos únicos como el de ayer, en que pude asistir al ensayo final de la Zarzuela de Los Gavilanes, dirigida por Mario Gas sobre libreto de José Ramos Martín, con un Juan Jesús Rodríguez gigante en su papel de indiano que vuelve rico a su aldea para confundir la nostalgia del amor perdido con la infatuación por la copia actual. La escenografía, maravillosa, de un Ezio Frigerio que, aun roto físicamente a sus 92 años, demostró que el genio no tiene caducidad. Máxime cuando al vestuario te acompaña la leal Franca, compañera de vida y profesión durante más de 70 años. Una cosa son los efectos especiales y otra, muy distinta, los efectos teatrales: las gasas al viento haciendo de nubes; las superposiciones móviles haciendo de olas. Las  luces, la mecánica de los escenarios… esos efectos cándidos, maravillosos y facilmente identificables que nos devuelven la infantil capacidad de maravillarnos en un mundo harto ya de todo. Frigerio tiró de esa capacidad de maravilla, de sus paisanos Sironi y de Chirico y nos regaló el marco perfecto para una zarzuela amable, de esas que acaban bien, con todos felices comiendo perdices. Tan necesaria en una época como la que vivimos.
Gracias a todos los que la han hecho posible

jueves, 19 de agosto de 2021

La hipocresía de Afghanistan

Cuánto clamor por el futuro de las libertades. Cuánta denuncia, indignación, soflamas y lágrimas en previsión de un genocidio que ya se antoja seguro, sobre todo en lo atinente a heterodoxos, no practicantes, orientaciones sexuales diversas y, sobre todo mujeres. 

Estamos ya llorando por quienes todavía viven, pero que, anticipamos, dejaremos morir. Estamos llorando por vivos que ya vemos muertos. Y, con eso, nos basta. 

Y los sabemos muertos porque no tienen nada por lo que merezcan ser salvados por Occidente. No tienen petroleo, gas natural, tierras raras, piedras preciosas o minerales de interés. Solo hay montañas, cuevas, señores con pakul y muchos, muchos campos de amapolas. Por eso echaremos la culpa a Rusia, China y el fanatismo religioso, abriremos nuestras puertas a unos cuantos y ya está. Los malos, señalados. Nuestras conciencias, lavadas merced a un puñado de afganos a quienes salvaremos. Y con eso, sentémonos en la grada del Coliseo global para presenciar un nuevo genocidio.

Aunque todavía estén vivos.

Aunque todavía se les pueda salvar.

Bastaría con convencer a los USA de que sentaran a China y Rusia en la mesa y negociaran. Pero claro, habría que dar algo a cambio de mandar un contingente ONU respaldado por los tres gigantes. Y Afghanistan no tiene nada.

Por eso dejaremos que gente logicamente fanatizada -merced a la incultura que nunca nos convino erradicar- reinstaure un régimen religioso radical basado en la interpretación más medieval del Libro. Dejaremos que se diezmen entre ellos y solo entonces, cuando la población se haya reducido en cientos de miles, quizás millones, entrará la potencia que corresponda a ocupar la llamada Tumba de imperios. Pero puede que esta tercera potencia de ocupación se dedique a fomentar el cultivo del opio y restaurar una nueva ruta de la seda en que, en lugar del ansiado tejido, las especias, el ámbar, las gemas o el marfil, lo que llegue a nuestra hastiada civilización sea heroina a precio de coste y en todas sus formas. Heroina para enganchar a una juventud harta ya de todo y embargada por el tedio. Opiaceos para ahogar el dolor de una generacion madura que solo quiere olvidar que sus sueños fracasaron, que el palacio soñado al final solo pudo ser ser una autocaravana y que el hidromiel prometido se tornó en oxicodona para calmar todo dolor. Y soluciones mórficas para que muchos de los moribundos dejen este mundo tal y como lo habitaron: sin haber vivido. Opio para el pueblo en sustitucion de los otros opios. Opio para todas las edades y para todos los bolsillos. Opio a precio de maría, chocolate o Valium con receta. Opio para vivir sin vivir y morir sin entrar en la Eternidad. Opio para olvidar y ser olvidados.
Hasta por el Olvido.

Todavía podemos hacer algo. Mucho. Todo. Pero no lo haremos. Porque en parte estamos ya todos abotagados por la droga del tedio de la decadencia. Y abotagados pensamos que, tras lo vivido, esto no es nada. Somos avestruces con la cabeza hundida en el suelo, convencidos de nuestra invulnerabilidad. Somos tontos culpables condenados por comisión por omisión que lloramos a quienes todavía podemos salvar. Pero en la era de la magnificación del efecto mariposa, las consecuencias de esta enésima sentencia puede que al medio plazo sean de tal magnitud que terminen por corroer los debilitados cimientos de lo que nos queda como civilización.

sábado, 12 de junio de 2021

De jueces, sabios y hombres justos

En este mundo hay jueces. También hay hombres sabios, hombres buenos y hombres justos. Todos son conceptos distintos, de modo que no siempre el hombre sabio es hombre justo, y no todo hombre justo es siempre hombre bueno, o juez de sus iguales.

Hoy se ha ido un hombre bueno, justo y sabio que, sin ser juez, fue siempre reclamado para imponer justicia y cordura. El respeto no viene del poder -del poder vienen la prevención y el miedo-. Tampoco viene del dinero, que atrae a los codiciosos y a quienes buscan rapiña o botín. El respeto viene del ejemplo de toda una vida vivida según unos ideales claros, compartidos o no, aunque en ocasiones ello haya conllevado sufrimiento. Y Humberto fue respetado.

Recuerdo su figura desde mi niñez. Parco y majestuoso en su silencio de asturiano quedo. Trabajador, imparcial, de mente inquieta y crítico con quien lo hiciera mal, fuera familiar, amigo, concejal o compañero de credo. Sereno, prudente, con esa templanza de quien sabe que, si alza la voz, todos callarán para escuchar. Si la vida es ejemplo, Humberto ha sido pura vida. Por eso, quizás, esa misma vida le ha reservado el regalo que solo a muy pocos otorga. El de llevárselo en la plenitud de facultades, de repente. Sin dolor, tras una vida plena

La muerte le ha sorprendido esta tarde. Una tarde cualquiera de tantas de verano. En su pueblo, rodeado de su luz y de los suyos. Sin decadencia, agonía, miedo ni llanto. Simplemente ha pasado de la existencia conocida a la Eternidad por conocer, en lo que tarda un águila en volver al nido. Me pregunto qué estará pensando ahora, en ese mundo nuevo donde se ha encontrado de repente, y sé la respuesta:

-“Tanto por hacer en este lugar. A trabajar”.

Ponte a ello, admirado amigo. Prepáranos el terreno pues, antes o despues, todos iremos llegando, y siempre es bueno ver caras amables y queridas que curen el miedo. Que la tuya sea una de las primeras que nos reciba cuando crucemos el umbral que tú has cruzado hoy.

Descansa y espéranos. Se te quiere

domingo, 9 de mayo de 2021

Las dos en punto, de Natalia Menendez

La verdad es que iba remiso, más por aprecio hacia la directora que por verdadera fe en lo que temía fuera la enésima vuelta de tuerca a una temática de base manida. Felizmente me equivoqué.

El teatro, antes que artificios y efectos, es el enfrentamiento de unos seres sobre un escenario con un público que debiera exigir el valor de sendos dinero pagado y tiempo invertido para ser conmovidos, enfurecidos, atemorizados, divertidos. La excusa de la vida triste de las hermanas Fandiño, las Marías de Santiago, ha sido en este caso el sustrato primero y último para acompañar a dos seres azotados por la desgracia en un viaje movido últimamente por el cariño, no por el miedo. La Maruxa y la Coralia claman a través de unas magistrales Mona Martínez y Carmen Barrantes, y nos cuentan que ya no tienen miedo. Que hay que salir siempre maquilladas y elegantes a la calle. Que los vecinos las dejan lentejas en un plato que ellas siempre devuelven brillante de limpio. Que hace décadas eran más de diez hermanos, pero les mataron a muchos. Tantas cosas, todas unidas por el mismo principio: mientras estemos juntas, nada nos destruirá. 

Y nada las destruyó mientras siguieron las dos. Esa fue su victoria. Porque, al final, vencieron ellas.

Esta es la magia del buen teatro. Tras conmover, te hace pensar y querer ser mejor.

Gracias, Natalia. En breve, de nuevo en el chino de Paula

lunes, 29 de marzo de 2021

El bar que se tragó a todos los españoles, de Sanzol


Solo hay una cosa mejor que la historia real, por épica que pueda ser: las ucronías paternas, entendidas éstas como aquella mezcla de realidad y ficcion que crea nuestro subconsciente conjugando realidad, mito y referencias sobre cada padre de cada miembro de esta sociedad nuestra. Y si el hijo es Sanzol, resulta que esa mezcla de admiracion, reconocimiento y mitificación se materializa en una obra de 3 horas durante las cuales uno llega a olvidar toda la porquería de fuera del teatro.

El Bar tiene dos partes bien diferenciadas por el intermedio. Una primera, en que el protagonista expone una sucesion ininterrumpida de máximas de experiencia que por sí bastarían para diez obras con cien guiones y una segunda parte, centrada en la obtención de la dispensa, que es puro sainete.

Y como ya hemos olvidado lo que son los términos medios (o Ibsen o Belén Esteban), resulta que los espectadores de Sanzol no estaban preparados para presenciar un maravilloso sainete casi académico -esas perlas de humor casi desaparecidas-, y pasan del visionado pausado y aprehensivo a disfrutar como enanos del humor más sano posible.

Y eso es el Bar. Tres horas de entretenimiento en la línea argumental del Big Fish de Tim Burton que pasan como una y deseamos que fueran diez.

Si pueden, vayan. Oxígeno puro para estos tiempos intoxicados

jueves, 18 de febrero de 2021

El príncipe constante, de Calderón de la Barca (Teatro de la Comedia)


Como todos los primeros días, lleno hasta la bandera y la mayoría del público, del gremio. Saura, Silvia Marsó, Emilio Gavira... hasta el Pradesco Falomir estaba. Muchas expectativas ante una gran obra de Calderón y... adelantemos que nada que reprochar desde la exactitud en la retentiva de una obra tan ardua de recordar. El verso del siglo de oro, especialmente el de Calderón, es complejo por lo exacto y trascendente, y Homar no falló ni uno. Pero... y aquí vienen los peros del teatro actual.

En cuanto a la escenografía, el Príncipe Constante es la historia de una grandeza que se prolonga hasta después de la muerte. Y algo tan trascendente no se puede encapsular en cuatro paredes color Corten porque, sencillamente, queda encerrado. El verso no llegó ni a Dios ni al Diablo; de hecho, dudo mucho que siquiera pasara del techo artificial. Si no llega a estar ap quite una iluminación excelente para salvar la escena y la óptima acústica del Teatro de la Comedia, no quiero ni pensarlo. Porque el vestuario, si es que podemos llamarlo vestuario... para echarse las manos a la cabeza, oiga Usted -Moidele Bickel, vuelve a la vida y sálvanos, por favor-.

Un profesional como Lluc Castells, con las maravillas que ha hecho para las rotundas compañías catalanas, no se puede ventilar el vestuario de este obrón de Calderon acudiendo al manido traje de chaqueta moderno “para resaltar la atemporalidad y pervivencia de la historia contada” (que suelen decir en estos casos). Está bien que el Corte Inglés necesite negocio, mire Ud. pero no se, la verdad.... La verdad es que ya está bien, vamos, vaya desidia, así que mejor dejémoslo para seguir con la cuestión de la interpretación.
Una interpretación que se evidenció que era para un público de amigos. Tanto que en los diálogos, el reparto ni se miraba. Nos miraba (y nos hablaba) a nosotros. Vamos, que no se miraban entre los dialogantes ni por accidente.

Lluis Homar es gigante. Es un actorazo. Actúa como pocos. Pero recitar verso del siglo de oro, cuando eres uno de los grandes, va más allá de no fallar en la retentiva, porque se espera excelencia. Nada menos. Recuerdo, ha décadas, a los grandes maestros de la interpretación, esos que te seguían el ensayo y enseñaban con un triángulo de concierto que iban tocando, para transmitir al alumno que el verso ha de tener música. Ha de subir, bajar, emocionar... y no ser monotonal. Recuerdo a grandes maestros como Alicia Hermida (que sigue viva, señores de la academia, y todavía tiene mucho que enseñar, por viejita que esté), y si bien respeto ese currículum tan viajado e internacional de Vicente Fuentes, cada teatro tiene su idiosincrasia, especialmente el del siglo de oro. Porque el verso del siglo de oro tiene contenido, trascendencia, inteligencia y pasión. 
Veo las obras modernas de Robert Wilson, perfectas y llenas. Recuerdo obras de hace décadas como el Don Juan Último, Pelo de Tormenta, varios Prometeos...

Echo la vista a tan temprano como ayer, y algo falta.

domingo, 20 de diciembre de 2020

Falling, de Viggo Mortensen

Cadencia perfecta, música que acompaña y colores adecuados para relatar la tormentosa relación entre un padre en pleno deterioro cognitivo (falling) y un hijo que vio demasiado y eligió las opciones más repulsivas para aquel, republicano homófobo, racista y agresor de la América profunda, trasunto del brillante patriarca de Monsters’ Ball. En este caso, el descenso a la demencia del progenitor abandonado por la madre de sus hijos y su posterior pareja no encubre la verdad subyacente, el verdadero infierno, el hecho de que, deterioro cognitivo o no, siempre fue igual, y por eso el hijo no puede ampararse en que su padre ya no sea el de antes. Es exactamente el mismo, solo que exacerbado. Y tan ineludible certidumbre hace que, antes o despues, aflore la misma recriminacion, más sollozada que gritada, del hijo. Dedicaste tu vida a alejar de tí a quienes te querían y, al final, lo lograrás.
Amor, la pervivencia de la eterna aspiración de aceptacion por el padre, la naturaleza irremediable de las consecuencias de los actos y el imposible perdon al irredento confluyen en una obra a la que solo le sobran un final que banaliza lo visto y una pizca del amaneramiento del personaje principal, en un intento de demostrar la capacidad -indiscutida- del actor de adaptarse a los registros más contrapuestos.

jueves, 17 de diciembre de 2020

Stalker, de Tarkovski

Stalker es, para el que suscribe, la obra cumbre de un Tarkovski que asentó los pilares de su cine en el magno Andrei Rublev y se dejó llevar por la dulzura de cadencias, planos y silencios en Solaris.

Para visionar a Tarkovski hay que aproximarse dispuesto a contemplar un espectáculo que cada espectador percibirá de un modo distinto, pues cada película requiere la colaboración aprehensiva de todo aquel que la ve, más allá de las actuaciones de unos profesionales del método Stanivslasky preoccidentalizado. El director no da todo digerido, no nos minusvalora convirtiendonos en meros testigos pasivos o estatuas anuladas durante cien minutos. Utiliza planos y cadencias de serena belleza que prolonga durante el tiempo que considera preciso para prender la chispa de la reflexión, tornando lo visualizado -y escuchado- en excusa y base para terminar nosotros la escena. 

Este concepto a la vez interactivo y dinámico de la obra cinematográfica alcanza su cenit en Stalker, el viaje de un escritor y un científico a un lugar donde la naturaleza habría retomado su elemental soberanía tras una catástrofe nuclear y que solo se deja encontrar si así lo desea la propia Zona, con la ayuda de unos guías llamados stalkers. A lo largo de más de dos horas, Tarkovsky construye un espacio audiovisual donde reflexionar sobre los conceptos de viaje, búsqueda y la necesidad de encontrar lo buscado merced a planos, secuencias, colores virados, contrastes, nieblas y, sobre todo, la omnipresencia del agua. En Stalker nada es baladí, gracias a los medios puestos a disposicion del director por la última Union Soviética que sería recordada como tal, en aplicacion de unos cánones, métodos y procesos productivos gracias a los cuales un rodaje podía durar comodamente años sin afectar a la supervivencia del equipo. De ahí las diversas atenciones a:
el uso del agua en el suelo,
el moderado pero mantenido suspense,
el foco cenital sobre las cabezas del protagonista de cada escena,
sendos cambios de color y sonido en el día despues,
la omnipresencia de la niebla como elemento de ensoñacion,
la Zona entendida como lugar idílico donde resurge la naturaleza elemental, primigenia y parcialmente mutada (por ello, sin olor),

El cine de Tarkovsky es como la pintura china clásica: un espectáculo interactivo que, por invitar ininterrumpidamente a pensar, provoca que cada espectador reconfigure la película de modo distinto en cada visionado que, así, difiere dinamicamente una y otra vez. Stalker es como su director, pura mística resignada y, por ello, la verdadera protagonista del film es la Zona misma -dotada de una cierta conciencia-, y los tres viajeros, tres guías, llamémosles o no Virgilio. Uno de ellos sabe; otro, cree que sabe y el tercero, se muestra escéptico. Por ello cada uno tiene una verdad y un último recurso -pistola, ampolla de veneno y vuelta al hogar- con que eventualmente enfrentar la desesperación en una Zona donde el agua está omnipresente por supervivencia, convirtiendo a sendos peregrinos y guía en las islas autónomas cuya existencia rechazaba Dunne en su esencial poema.

Bajo la sombra omnipresente del Puercoespín y su historia, el científico arma una bomba nuclear que luego desmonta pese al inicial respaldo de un escritor con miedo a que lo que realmente deseemos sea lo que desean nuestros instintos, y no nuestro espíritu, cada uno de los dos huyendo de su propia idea de mal. De tal modo, desconocemos si la bomba pretende destruir la esperanza o, tal vez, la posibilidad de ver lo que realmente deseamos y su oscuridad. Quizás el hermano del puercoespín muriera porque eso es lo que verdaderamente éste deseaba, y fue tal constatación lo que le llevó al suicidio.

En todo caso, lo que inequivocamente se adivina bajo el omnipresente agua -en este caso de la estancia erigida en destino final- son los tubos de uranio cuya explosion los técnicos de Chernobyl no pudieron en su día evitar y, así, el agua refresca, templa y evita la explosion del todo y de todos. Porque en el fondo, ¿no somos también nosotros sino tubos de uranio que solo la lluvia (la de Stalker, la de Blade Runner, la de Seven) consigue refrescar mediante el consuelo de lo vivo? 

Los dos peregrinos y el Stalker al final vuelven a esa posada punto de partida, tras lo cual el pretendido guía simplon vuelve a su propia estancia familiar. Una estancia que, en los últimos minutos de película se nos revela poblada de miles de libros, leídos todos por aquel a quien los otros consideraban parco de luces. Cuando la realidad es que el Stalker solo quería compartir la Iluminacion de quien repite su búsqueda vital una y otra vez, sabiendo que los verdaderos mutantes no son los que se quedaron en Chernobyl, sino los de fuera, virados al sepia en un mundo sin color más allá de su superficie confinada. Una y otra vez, 

ahora y siempre

sábado, 12 de diciembre de 2020

Arte, discurso, emocionalidad, apropiación y heces

Todos debieramos ser el crisol de nuestras vivencias, aprendizaje e influencias. En el mundo de la creación, tal desideratum se comprueba especialmente en aquellas obras que valen la pena, producto de la aprehension, deglución, íntima reflexion y devolucion de lo que el alma de cada creador considera digno de recordar para tratar. De tal modo, en una obra se debieran conjugar la fuente con la savia nueva, la influencia con el nuevo tratamiento, lo que pervive por digno con lo que se yuxtapone por nuevo.

Tal binomio corre riesgo de desaparecer en el arte contemporaneo, bien por corrientes fatales como el apropiacionismo, bien por un hiperrealismo mal entendido (todo orfebre pone una gota de su alma en cada pieza), bien porque pretendidos creadores intentan justificar lo inane mediante pretendidos discursos subyacentes bien manidos, bien ridículos, bien inexistentes o, también, apropiados mediante frases que son ya mantras de los que huir. El fácil abuso y recurso a las grandes y eternas ideas de lucha de clases, destrucción del medioambiente, visibilizacion de colectivos discriminados, feminismo, contrapuntos o ruptura con el arte tradicional, colocadas arbitrariamente como etiquetas de precio sobre obras vacías, mediocres o directamente malas se ha convertido en costumbre susceptible de minusvalorar y destruir el arte contemporaneo.

En toda obra deben subyacer sendos discurso y emocionalidad, abstraccion hecha de la corriente figurativa, abstracta, realista, geométrica o brut a la que se suscriba. Pero nunca deben estos erigirse por encima de la obra de arte, porque entonces ésta cede y decae para ponerse no ya al servicio de la idea -como algunos pretenden vendernos para colocarnos la mola-, sino para devenir en otra disciplina que podrá valer, incluso legitimamente, como periodismo, denuncia política, filosofía o simple o llanamente provocación, sátira o salivazo.

Y como tal estará perfecto, pero su nombre no será Arte.

miércoles, 2 de diciembre de 2020

20 años de besos para todos

Jaime Chávarri, entre muchas otras cosas cabales, dijo esta tarde que una cosa es la nostalgia del franquismo y otra, muy distinta, la melancolía de la juventud, sea ésta en la época que sea, bajo el régimen que sea. A lo que un Pedro Moreno igualmente cabal -para variar- matizó que cuanto más gris es la época, más color hay que llevar a su cine.
Estas y otras reflexiones similares fueron el resultado del feliz visionado, 20 años después, de Besos Para Todos en la Academia de Cine, acompañados de todo el elenco y equipo de producción, que recordando un rodaje feliz, un equívoco de la maravillosa Emma Suarez y que toda buena comedia trasciende la aparente sencillez regalaron a los presentes un debate donde brillaron la espontaneidad, el buen recuerdo y la conviccion de que el tiempo contempla con benevolencia y agrado todo trabajo bien hecho.
Ni la incultura ni el virus podrán con el cine hecho con el corazón y la cabeza.

... Y como pudo atestiguar Eloy Azorín, en brazos de la mujer madura es donde mejor se está (si no lo digo, reviento).

domingo, 29 de noviembre de 2020

Fiesta, de Pierre Boutron (1995)

Adaptacion de la novela biográfica del aristócrata Jose Luis de Vilallonga, narra su tiempo como integrante de un peloton de fusilamiento del bando nacional durante la guerra Civil bajo las órdenes del coronel Masagual, un Trintignant gigante en el papel de homosexual escéptico cuya clarividente percepcion del objetivo último del bando de afiliacion no le impide destinar toda su excepcional inteligencia a la consecucion del mismo, por despiadados que sean los fines. Fiesta, quizás por ser francesa -cosa que me duele reconocer- aborda el conflicto con una objetividad raras veces vista en este país nuestro y, a la par que desnuda la crueldad, el horror y las contradicciones del bando vencedor, incide en unas reflexiones válidas para toda guerra en boca del coronel como personaje principal, del que el joven Villalonga hace más de comparsa que de coprotagonista.
El guión, espectacular. Las reflexiones de Trintignan, tan gigantes que erigen la audicion por encima del visualizado.
Veanla. Hace pensar.

jueves, 19 de noviembre de 2020

El enfermo imaginario de Moliere (y Flotats). CNTC

Ayer, a la salida del estreno de la comedia cumbre de Molière, Angel Fernández Montesinos, patriarca de la Revista y la Zarzuela en España exclamaba, con inusitado entusiasmo para sus más de 90 años, “ha vuelto el teatro”.

Ayer, al menos, así fue. Arropado por todo el mundo de esa gran víctima del Covid que es la escena española (desde Lluis Omar hasta Carlos Hipólito, pasando por Gonzalo de Castro o Emilio Gavira), Flotats bordó una de las comedias más atemporales de la historia del Teatro, con un Argán cansado hasta de sí mismo al que solo la dependencia psicológica de remedios y lavativas innecesarios distrae de una vida demasiado muelle, a merced de una esposa que no le quiere, una hija que por fortuna no se resigna a sus egoistas designios y una grandísima Anabel Alonso que descumple años y mejora en unas dotes escénicas ya de por sí excepcionales. Nunca se verá mejor Tonina.

En comedia es muy difícil lograr ese punto medio que, alejado del fácil histrionismo, mantiene atento al espectador y, a la par que entretiene, transmite un mensaje vital y de esperanza que se erige en moraleja. El avaro de ayer logró ser actual sin desvirtuar al clásico; insufló movimiento y máscaras sin distraer de la atención al drama del hipocondriaco ajeno a su realidad circundante. Mezcló la sombra y los estatismos de sendas cama y sillón de padecimientos con la luz, la música y el baile de todo lo bueno que siempre queda. En suma, Argán brilló con la luz que le circundaba y, brillando se redimió, redimiendonos a todos.

El equipo de Flotats consigue de sobra lo que el Maestro pretendía, y logra que ese hipocondriaco vocacionalmente infeliz nos insufle el único medicamento que siempre funciona: la esperanza. Esperanza que solo puede transmitir el trabajo bien hecho, la profesionalidad y el entusiasmo que ayer recaló, siquiera por dos horas, en un Teatro de la Comedia que volvió a ser mágico.

Ha vuelto el Teatro (con mayúsculas). Espero que para quedarse

miércoles, 4 de noviembre de 2020

El último baile del Gatopardo de Visconti

Los amantes de la joya de Visconti se dividen entre quienes consideran que sobra media hora del baile último, y los que afirman que tan extenso retrato es necesario para lo que Visconti pretendía con el Gatopardo. Yo soy de estos últimos y me explico, rogando ya de antemano, cual postrero narrador chespiriano, la indulgencia del público que lea esta reflexión.

Visconti, demasiado liberal para la aristocracia de donde provenía y demasiado tradicional para los liberales. Enamorado de Alain Delon -cosa que parece no gustó a Burt Lancaster, también prendado del joven sobrino Alfonso- y testigo de cambios esenciales en su Italia quiso transmitir la esencia Lampedusiana, ese todo cambia para no cambiar, en el escenario histórico de sucesión de clases dirigentes propiciado por los tiempos de Garibaldi y subsiguientes elecciones de 1860. Un tiempo en que los centenares de príncipes producidos por la otrora pluralidad de estados itálicos se agarraban a sus privilegios, costumbres y arrogancia como freno a los nuevos ricos burgueses que supieron aprovechar las crisis y las oportunidades. Y se agarraban con manos delgadas de hambriento digno, afectado por la endogamia y manchado del polvo de la decadencia, el polvo de los caminos sin asfaltar y de las habitaciones condenadas de los antiguos palacios.

Polvo, arrogancia y endogamia habitan cada minuto del Gatopardo, y solo la prevision del anciano -45 años, Dios nos valga- Príncipe Fabrizio de Salina pone postrero remedio a la decadencia de su familia, que no es sino la decadencia de la clase aristocrática de esa neonata Italia unida y tricolor. Por eso impide que su hija se case con su primo para unir a éste con la lozana hija del rico burgués de la región (a quienes allana el camino a la política) y poder sl fin apartarse de un mundo que sabe moribundo, el mundo del último baile.

Un baile de militares fantoches, decrépitas ancianas empolvadas hasta el ridículo como Baby Jane (otro polvo distinto al de los caminos, pero polvo al fin); petimetres, doncellas solteras jugando tontamente entre ellas esperando quien llene sus carnets de baile. Jarrones de cerámica llenos de heces y orines justo detras del salon de baile, comida atragantada por si al día siguiente no se come; jóvenes parejas apurando la llegada del amanecer y, entre ellos, nuevos ricos, por fin invitados, que sienten que han llegado a su cima (como el empresario del salón de música de Jazalgar).
De tal modo Visconti no solo denuncia a la vetusta aristocracia dominante, beata, endogámica y rodeada de fanfarrones de pomponsos uniformes, sino que tambien cuela en la narración un dardo mortal a la nueva clase pujante, con un mensaje demoledor: habeis derrocado a los nobles para ocupar su puesto, y lo que verdaderamente ansiabais al final era ser ellos, para poder despreciar como a vosotros se os despreció.

El baile del fin, el último baile de una época que agoniza. El Zenit donde pasado y futuro se encuentran y, efectivamente, nada cambia.

Tras lo cual, solo cabe el exeunt omnes. Pero solo se marcha quien supo ver que su era había terminado.